MC Ramón Larrañaga Torróntegui
Los jóvenes se ríen de los cinismos que tratan de representar los adultos en su falsa cara de moral. Los jóvenes están sedientos de causas por las que merezca la pena luchar. Tienen hambre de cambios que por más que esperan, observan que son mínimos. Y no es que quiera tratar el moralismo de los griegos con su adoración a la vida natural, sin normas, ni convenciones, en plena armonía con el todo; en donde dejaron dicho en sus escritos que se aspiraba a una existencia sobria, sin ornamentos, ni artificios; que se anhelaba la autenticidad, lo cual nada tiene que ver con el cinismo difuso de la tan cacareada modernidad. El adulto cínico moderno ya no cree en nada, ni en la Patria, ni en la Revolución, ni en el Partido político al que pertenezca, como tampoco le importa si existe traición ideológica. Ha dejado de confiar en las grandes palabras.
En su alma habita el más inquietante de los huéspedes: la satisfacción de su placer sin importar el costo. Parte de la idea que todo lo sólido se desvanece en el aire, por lo cual, la lucha carece de sentido, como también la revolución y los discursos moralistas en contra de los jóvenes. El cinismo es el gato escaldado de la modernidad Gato negro en el tejado y solo se mueve por instinto criticando al joven revolucionario y lo llama rebelde sin causa. El joven es una especie de piedra cerebral que se pasea convencido de que es lo que la sociedad está esperando. El adulto es un conformista, quien lleva tatuada en su epidermis la mentalidad de su arrogancia, pero aparenta creer en algo, da la impresión que tiene convicciones y, de hecho, sigue en el Partido político de su elección, mientras ve posibilidades reales de crecer, pero sólo él sabe que ya no cree en nada más que en conservar su statu quo.
El cinismo difuso es el gran mal a combatir en la actual sociedad, una especie de virus que campea su aire por el mundo social y político. El adultol cínico mira con indiferencia los avatares de la historia. No cree en el poder de la razón y experimenta pasivamente cómo se embrutecen las masas con los medios de comunicación audiovisual y cómo se atrofia la democracia. Sabe, en sus adentros, que el fracaso de la sociedad, se ha hecho fatalmente realidad en la burbujeante sociedad moderna que, más que líquida la burbuja es gaseosa y a punto de estallar y que cuando esto suceda, no quiere estar cerca. Viendo desde el sofá de su casa, el adulto cínico, víctima de una sobredosis de telebasura, se pregunta para qué ha servido la cultura de la crítica, la escuela de la sospecha, los grandes maestros pensadores.
La pregunta obligada es: ¿Cómo se detecta a un cínico; cómo curarse del cinismo, diagnosticarlo a tiempo y combatirlo? Los jóvenes tienen la respuesta a flor de labios, ellos dicen que el adulto cínico, por bueno que sea -decía uno-, es un texto camaleónico, que adopta la forma del contexto, un ser sin convicciones que manosea las grandes palabras para mantener su silla, su puesto y confort. Igualmente los jóvenes argumentan en sus respuestas que su discurso público con su vida privada, aflora la incoherencia y el cínico aparece con luz meridiana. Y que el cinismo del adulto es una secreta forma de desesperación y de resentimiento contra toda forma de pensamiento alternativo. En la vida política está alcanzando tal magnitud que uno tiene que luchar firmemente contra su escepticismo para no tirar la toalla y agregarse al nucleo. Muchos jóvenes ya la han tirado. No creen a los políticos cuando hablan y, sin embargo, están sedientos de referentes sociales, de arquetipos ejemplares, de razones por las que merezca la pena luchar. Tienen hambre de justicia.
El adulto cínico genera desconfianza y desesperanza. Frente a él es necesario repetir una y otra vez que otro mundo es posible (y necesario). Contra el fatalismo histórico que anida en el alma de este sujeto, es esencial reivindicar el poder de la razón y de la participación, el principio esperanza del olvidado, la indignación frente al mal y las estructuras de injusticia que nos ahogan. Nos conviene recordar que toda realidad viene precedida por un sueño.
Friedrich Nietzsche lo dijo, pero no nos dio herramientas para liberarnos de él. Después del fracaso de las utopías, llegó el cinismo. Pero, después del cinismo, ¿qué podemos esperar? Nadie lo sabe con certeza. Será necesario forjar nuevos horizontes de sentido, anclados en el conocimiento real del ser humano, pero con la memoria despierta, pues, de otro modo, podríamos tropezar, una vez más, con la misma piedra. En todos los tiempos hubo y hay individuos como éste. Hombres y mujeres que, absortos en sus propios intereses y deseos, viven para utilizar como forma de comportamiento social lo anterior. Para ellos, todo lo que les rodea se comporta en la misma forma y por eso, ellos aprovechan la oportunidad que se les presente y es importante sólo en la medida en que responde a sus ambiciones. La vida es para ellos como la fuente de Narciso. Y se hunden en ella inútilmente, porque ya no vuelven ni siquiera transformados en flor. Según la mitología griega, Narciso - hijo del río Cefiso y de la ninfa Lirio se enamoró de sí mismo al contemplarse embelesado en las aguas de una fuente, en la que cayó, surgiendo luego transformado en la flor que lleva su nombre
Comentarios
Invitado
2013-03-05 14:08:53
PUES ME GUSTA LEER ESTAS NOTAS PERO SIEMPRE ME QUEDO SIN COMPRENDER QUE ES LO QUE QUIERE DECIR........
Invitado
2013-03-05 21:58:53
QUE CINISMO DE LOS DOCTORES Y ENFERMERAS