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La enloquecida carrera de los mercados

Abel Pérez Zamorano

Miércoles, 22 de Octubre del 2014. 10:39:50 am

Letra más grande

Un producto, creado para satisfacer una necesidad de su creador, se convierte en mercancía al ser destinado al mercado. Desde las antiguas civilizaciones, es cierto, se producían mercancías; mas no era éste el móvil predominante: se vendían sólo excedentes. En el capitalismo, en cambio, producir para el mercado y ganar lo más posible en ello es la razón de ser de la producción; por ello, junto con la propia fuerza de trabajo, todo se ha convertido en mercancía en esta sociedad caracterizada por su formidable capacidad productiva y por la anarquía en la producción, que permite a cada empresario producir cuanto quiera, sin más límite que lo que crea poder vender, sin que nadie, ni gobierno ni ley alguna, puedan contenerlo. Como todo, el mercado es un proceso y ha tenido una historia cuyo conocimiento permite comprender la situación actual y prever su ulterior evolución.

En forma aún incipiente, al seno de la sociedad feudal, los mercados estaban restringidos a un ámbito local donde se comercializaba la producción sobrante de las unidades productivas después del consumo. La industria se basaba en pequeños talleres artesanales donde se producía estrictamente lo necesario para cubrir las necesidades de la población local; se trataba de mercados sencillos pero eficientes, con un equilibrio entre producción y necesidades; las precarias comunicaciones y medios de transporte propiciaban el aislamiento regional y la fragmentación política; no existían las naciones con sus fronteras actuales, sino un abigarramiento de pequeños estados, causa de altos costos de transacción, por los impuestos a pagar al paso, la diversidad monetaria, etc.

Con los grandes descubrimientos geográficos de fines del siglo XV y principios del XVI, el mundo se interconectó y el comercio adquirió un carácter internacional, rebasando los estrechos límites de los estados feudales. En este contexto el sistema artesanal entró en crisis, incapaz de responder a la creciente demanda global, y surgieron nuevas y más eficaces formas de organizar la producción, como la cooperación simple y luego la manufactura, con su efectiva división técnica del trabajo, que impulsó la productividad y creó las condiciones económicas para la aparición del Estado-nación, que permitió superar la fragmentación feudal al constituir un solo mercado con aduanas y leyes únicas, una sola moneda nacional, etc., en una escala mayor, con más consumidores, capaz de absorber la acrecida producción industrial. Como ejemplos de este proceso, al finalizar el siglo XVIII, en lo que hoy es Alemania había más de 300 pequeños países que, terminaron unificándose en una sola nación; así ocurrió también con los ocho estados italianos y los trece cantones que dieron origen a Suiza. Al fin había ya un mercado grande para absorber la producción.

Pero el progreso productivo no se detuvo: con la Revolución Industrial el mar de mercancías creció a niveles inusitados y, de nuevo, aumentó el problema de venderlas. Y hasta nuestros días, el desarrollo productivo continúa su incansable marcha, como ilustran los casos de la empresa Boeing, fabricante norteamericana de aviones (que ocupa a más de 152 mil empleados), que tan sólo en los primeros nueve meses del año 2009recibió 893 pedidos de aeronaves; su competidora europea, Airbus, recibió 854. Esta última, verdadero ícono de la industria global, opera con capitales unidos de Francia, Alemania, Reino Unido y España; o sea, su escala de producción es internacional. En automóviles, Volkswagen, que en 2012 vendió 9.2 millones de unidades, tiene 104 plantas de ensamblado en 27 países, una plantilla de 550 mil empleados, y produce 37 mil 700 carros por día, para vender en 153 países (Forbes, octubre de 2013).General Motors tiene plantas ensambladoras en 34 países, y, en conjunto, en 2011 vendió 9.2 millones de unidades; Toyota vendió 9.7 millones. Ninguno de estos gigantes podría encontrar en su país de origen un mercado capaz de absorber su creciente producción; como consecuencia el otrora amplio marco nacional ha quedado rebasado, y roto.

Así, empujado por su creciente capacidad productiva, el capital se hizo transnacional, y en nuestros días, global, para ampliar su ámbito de operación, ahora a bloques de naciones, en un proceso de integración regional en mercados mayores. Se han instrumentado tratados de libre comercio, como el TLCAN, con un mercado de 450 millones de consumidores; la Alianza del Pacífico entre Chile, Colombia, México y Perú, o las uniones aduaneras como MERCOSUR (Brasil, Argentina, Venezuela, Paraguay y Uruguay), con una suma de 286 millones de consumidores potenciales. La Unión Europea juntó a 507 millones, en 28 naciones. Pero no sólo por las buenas se opera esta expansión, sino mediante guerras de conquista, como las que hoy ocurren en el mundo árabe.

Mas este proceso no puede ser infinito. Después de incorporar a todos los países en un gran mercado global, y cuando el mundo mismo resulte ya pequeño para comprar lo producido(pequeñez del mercado que se acentúa por el progresivo empobrecimiento de los consumidores), no habrá espacio ya que conquistar, a menos que puedan encontrarse compradores en otros planetas. Tendrá entonces, por fuerza, que reorganizarse la producción con un criterio más racional, en función de las necesidades sociales, poniendo un alto a la anarquía productiva, para liberar al mundo de esta enloquecida carrera que está contaminándolo todo, agotando los recursos naturales y tornando inhabitable el planeta. El propio éxito productivo del capital le impondrá a la postre un freno y permitirá recuperar la racionalidad productiva hace tiempo perdida.

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