Filosofía marismeña

Ritual para muertos

MC Ramón Larrañaga Torróntegui

Viernes, 24 de Octubre del 2014. 2:44:52 pm

Letra más grande

La muerte puede sobrevenir en el momento menos esperado, sin embargo el orden natural supone que se produzca durante el envejecimiento. Se asegura que en épocas remotas se contrataban mujeres para que lloraran “plañideras” y esto lo hacían las personas con niveles altos económicos mientras que el pueblo, la mayoría de las familias, en sus funerales empleaban a sus mujeres, en honor al finado. También se dice que sacaban el petate "Vaqueta" en donde dormía el difunto y lo quemaban mientras era rociado con agua bendita y se rezaba un padre nuestro y cinco aves marías (Las llagas de Jesús). En un tiempo las personas se enterraban alrededor por fuera del templo, luego cambio la costumbre y se enterraron dentro de las iglesias, todavía hoy erigimos monumentos con "llama eterna" e instalamos "capillas ardientes" para honrar al familiar.

Las mujeres iban siguiendo el cadáver llorando lágrimas y dando gritos desgarradores, gimiendo y hablando en voz alta, sus quejas su desgracia y abandono, o produciendo lastima al gritar que sus hijos se quedan solos ¿Quién velara por ellos? Todo con expresiones tan vivas y sentidas, que movían a los oyentes.

La muerte es la cesación de las funciones vitales o término de la vida. Es la degradación paulatina de la materia que culmina con la transformación y el desgaste de las funciones vitales, que aparecen como consecuencia de la acción del tiempo en los seres vivos. Su concepción e imagen variará según la cultura y su momento histórico. Existen personas que logran adaptarse y confrontan la posibilidad de su muerte sin que se inquieten por ella, es decir se predisponen, sin que sientan molestia el hablar de su propia muerte a pesar de quien la escucha pueda sentirse incomoda.

Y no es que sean personas calculadores sino que aprenden a ver la muerte de frente sin titubeos, mientras que otras la perciben como un hecho muy lejano y prefieren estar viviendo sin inquietud. Hay otras que son altamente emotivas y reaccionan fuertemente ante la muerte de un familiar cercano llegando a manifestar inestabilidad emocional. ¿Dónde se encuentra el sentido de la muerte? En la vida misma, en cuanto sabemos que vamos a morir, dirigimos nuestros esfuerzos hacia la vida tratando en vivirla intensamente. El ver morir a un ser querido nos da la lección a amar, querer, recordar.

Curiosamente en la vida encontramos el significado de la existencia y en la muerte encontramos el significado de la vida. El convencimiento de nuestra muerte nos impulsa a trabajar, a hacer, a producir, sin posponer inútilmente nuestro destino. La presencia de la muerte nos pone frente a nuestra responsabilidad, que es la de hacer de la vida el sentido mismo de la existencia.

En la vida cotidiana, todas y cada una de las actividades del ritual mortuorio están perfectamente preceptuadas. Comenzando desde el momento de la agonía: ya con los estertores, se llamaba al cura y al sacristán, al primero para que acudiera de inmediato a dar a conocer lo bueno del difunto y al segundo para que llorara la agonía. Al paso del muerto, los vecinos se quitaban el sombrero, las mujeres se arrodillaban y persignaban, a veces lo acompañaban los niños cantores de la iglesia.

Para cuando el sacerdote llegaba a la casa donde se encontraba el difunto, tenía dispuesta encima de la mesilla una tela blanca de hilo bordado con una cruz, un vaso con agua bendita y una ramita de laurel bendecida el Domingo de Ramos, y a veces también un vaso de aceite con una veladora encendida. Un familiar le destapaba los pies y el sacerdote los limpiaba con agua bendita mientras una señora se mantenía rezando el rosario. En casa del difunto se cubrían con telas negras los espejos y se ponía un moño negro en la puerta de entrada. Las vecinas se encargaban de la cocina, esto era una costumbre sagrada. Posteriormente se escogían las mejores ropas del difunto, si era mujer se le ponía una mantilla en la cabeza, los niños se vestían de blanco.

Una vez conocida la noticia, familiares, vecinos y amigos se reunían en la casa para rezar el rosario completo con sus quince misterios. Una misma mujer, elegida por saberse las letanías de memoria y por su buena voz, dirigía las oraciones. Mientras el cuerpo permanecía en casa, se rezaba por lo menos un rosario completo al amanecer y otro al atardecer.

Al velatorio nocturno no podían faltar los familiares y las personas más cercanas. Las mujeres dentro rezando, los hombres fuera tomando café o una copa, contando chistes, contando anécdotas del difunto sobre su vida pasada y se reía a mandíbula batiente “Reacción de vivos frente a la muerte” Un ambiente diferente es el que se respiraba, incluso en aquella época solo se retrataba a la persona el día de su boda y ya muerto cuando estaba amortajado (Trapo en la boca).

Las cajas eran de madera, el ataúd se transportaba en hombros a la iglesia y al panteón por hombres que se iban turnando de trecho en trecho, atrás el sacerdote, luego las mujeres familiares, sus hijos. El cuerpo se conducía con los pies por delante y la cabeza detrás. (Se acostumbraba mandar hacer menudo o pancita de borrego). Claro que, entonces como ahora, todo se pagaba, y lo que nació como ceremonia de oración por el alma de los difuntos, se convertía con frecuencia en exhibición social de prosperidad. En los funerales sencillos solo tocaban las campanas y se rezaba la misa de cuerpo presente, (Si pagabas se incluía un canto gregoriano y los sacerdotes se vestían de negro). Pagando un poco más, aparecía además de lo anterior un órgano en la misa, oficiantes con incensario. Si era rico, el toque de campana se daba con la más grande, se rezaba la misa completa, candelabros encendidos. Los muros del presbiterio tapados de negro y la totalidad de la iluminación conectada.