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Artículo de Opinión

La importancia del mercado interno ante las amenazas de Donald Trump

Abel Pérez Zamorano

Viernes, 6 de Enero del 2017. 1:31:04 pm

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Como es de apreciación casi general, con el arribo de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos serias amenazas se ciernen sobre nuestro país. Al construir su famoso muro y reducir el flujo de inmigrantes o deportarlos en masa, causará un tremendo daño a la economía de millones de familias mexicanas que dependen de las remesas para subsistir.

También provocará graves efectos negativos la reducción de las exportaciones, que en varios casos propiamente no lo son, como en la industria automotriz y en general la maquiladora, donde solo somos ensambladores de componentes que nos llegan de Estados Unidos, “importaciones temporales”, las llaman, para luego armarlos con nuestro trabajo barato (muy fructífero en ganancias empresariales) y regresar coches y aparatos diversos como flamantes “exportaciones”. ¿Conoce usted, estimado lector, una empresa de automóviles propiamente mexicana? De todas formas, el presidente electo ha amenazado con que, si los consorcios americanos trasladados a México no regresan, aplicará elevados aranceles, impuestos a la importación, por ejemplo en los automóviles 35 por ciento, para así obligarlos a reinstalarse en territorio americano.

Trump se propone revisar el TLC porque según él es desventajoso para los intereses de Estados Unidos; esto significa que, sin adelantar vísperas y predeterminar en qué términos podría quedar, lo seguro, porque el señor lo está diciendo, es que se buscará reelaborar su clausulado de forma tal que proteja más la economía norteamericana, reduciendo, por ende, las relativas y muy limitadas ventajas que nos ofrece.

Podría ser mediante la imposición de aranceles, algo ya anticipado por Trump; también introduciendo o endureciendo regulaciones no arancelarias, como las medidas fitosanitarias; por ejemplo, nuevas y más drásticas restricciones a la exportación de aguacate mexicano, aduciendo presencia de la mosca de la fruta o gusano barrenador de la semilla, como hizo Estados Unidos por décadas, acción proteccionista en un contexto supuestamente de libre mercado, implantada para proteger a los aguacateros de California; pueden alegar, en fin, salmonela en papaya para impedir su importación, como hicieron en 2011, o en mangos en 2013, y así sucesivamente. También podrán incorporar restricciones zoosanitarias adicionales a las exportaciones de carne o ganado en pie.

Pero el señor Trump soslaya en su diagnóstico y sus conclusiones proteccionistas una característica central, inmanente al capital, a saber: que este no tiene patria ni reconoce fidelidad a país alguno, aunque tenga en él su sede y de él se beneficie, ni distingue entre credos religiosos, o lealtad étnica o racial. Solo tiene una razón de ser: acumularse.

Capital es valor que se valoriza, y de conseguirlo dependen todas las decisiones de los inversionistas. No permanece en un país porque convenga crear empleos nacionales o desarrollar la economía propia; no sabe de solidaridad social o compromisos con el desarrollo; solo entiende, insisto, que su necesidad esencial es crecer y crecer, con la mayor velocidad posible y al menor riesgo.

Guiadas por ese afán, las inversiones van por el mundo, en pos de la mayor rentabilidad posible, como los gambusinos que deambulaban en busca de las mejores arenas en los ríos donde pudieran encontrar oro, o los mineros que buscan los filones más ricos y no van a perder tiempo ni recursos en vetas pobres. Por eso emigran las inversiones de un país a otro o de una región a otra, y los empresarios, sobre todo de corporativos transnacionales, desinvierten y abandonan países donde se habían instalado, y también, ante el temor de merma en sus ganancias salen a veces en estampida, como los famosos capitales golondrinos. En fin, por ello fortunas inmensas buscan refugio en los paraísos fiscales, evitando así pagar impuestos relativamente más altos en sus países de origen o salarios incosteables, escamoteando obligaciones onerosas establecidas en la legislación nacional.

Así se explica igualmente que las navieras renten bandera panameña o liberiana, para minimizar sus obligaciones laborales, fiscales o salariales. En este contexto, México y sus trabajadores no somos culpables de que arriben capitales extranjeros: somos víctimas, instrumentos útiles a la acumulación. Trump quiere enfrentar esta tendencia consustancial al capital, y no está solo; buena parte del mundo capitalista está transitando hacia una nueva era de proteccionismo, empujado por una crisis, la de 2008, que hasta hoy no da muestras de recuperación sostenida.

Pero si Trump restringe las exportaciones mexicanas y, de allá para acá las inversiones, ciertamente, causará un gran daño inmediato a México al limitar nuestro acceso al mercado americano; un golpe tremendo, pues Estados Unidos compra arriba del 80 por ciento de lo que exportamos, y encontrar de inmediato otros mercados será sumamente difícil y provocará una contracción en el crecimiento de México, más desempleo y reducción de impuestos, entre otras consecuencias. Pero si la necesidad nos obliga, deberemos buscar otros países a donde exportar, so pena de una drástica caída en nuestra producción, pues dependemos en alto grado de las exportaciones. La nuestra es una economía, como se dice, volcada al exterior, donde el crecimiento y la creación de empleos dependen fuertemente de las exportaciones. En 1960 estas representaban solo el 8.5 por ciento del Producto Interno Bruto, y para 2015, el 35.4, porcentaje muy elevado en el contexto mundial; por ejemplo, en Estados Unidos pasó de 5.0 a 12.6; en toda América Latina y el Caribe, de 11.8 a 20.5, y en los 35 países de la OCDE, de 11.8 a 28.5. En casos destacados, en China las exportaciones representan el 22.1 del PIB, en el Reino Unido el 27.2, en Japón 17.9, India 19.9, Argentina 11.1, Brasil 13, Colombia 14.7 (Banco Mundial, Exportaciones de bienes y servicios como porcentaje del Producto Interno Bruto, período 1960-2015). Es decir, buena parte de lo que producimos se exporta, y precisamente a Estados Unidos.

Ante ello, una primera solución es diversificar el mercado externo con otros países y regiones del mundo, concretamente con Latinoamérica; también con Rusia y China, entre otros, pero a la par, es de urgente necesidad fortalecer el mercado interno, lo que se ofrece y se compra dentro del territorio nacional. Así, en lugar de enviar al exterior una proporción tan alta de la riqueza creada, deberá incrementarse la parte destinada a cubrir las necesidades de los mexicanos. Solo para ilustrar la idea: el año pasado nuestro país exportó 1 millón 99,000 cabezas de ganado, un aumento anual de 13% en volumen y de 20.6 en valor. En alimentos de origen vegetal, entre los años 2000 y 2013, el valor de las exportaciones de tomate se duplicó; el del azúcar se multiplicó por 7.5, y, en volumen, las de aguacate crecieron en 13 veces. Es decir, estamos enviando al extranjero, sobre todo a Estados Unidos, grandes cantidades de alimentos que necesitan los millones de mexicanos pobres, que por sus bajos ingresos no pueden adquirir ni consumir; son demanda solamente potencial.

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