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Filosofía Marismeña

Ultimo pañuelo

Mdh Ramón Larrañaga Torróntegui

Miércoles, 13 de Diciembre del 2017. 2:08:54 pm

Letra más grande

Con los años se aprende que la vida no es tan hermosa como se pensaba, que no solo existe el negro y el blanco y no se ocupa abrir la boca para meterse en problemas. El ser camina lleno de problemas invisibles, angustias indescifrables y va tomando espacios para poder sobrellevarlos a cuestas. Aprende que el cobre, no es oro, el amor es ingrato y, una raya más al tigre es despecho. A quien se ama no siempre quiere ir a su lado y el parecido es solo físico. El camino es plano por más brincos que se den y, es el tiempo el encargado en llevar a la realidad toda fantasía.

> La vida enseña a caminar con zapatos de marca o descalzo, los zapatos se gastaran como el amor el cual camina a tu lado un tiempo pero no es para siempre, se esfuma y anhela su ausencia. Jamás se llega completo al final. Nadie busca quitar nada, cada uno entrega ese pedazo para que el otro esté dispuesto y, se llene del mismo. Al saciarse el deseo lo abandona en busca de uno nuevo. El cuerpo se va secando dejando una sonrisa extraña en el rostro la cual al verla por la mañana en el espejo aspiraras se marche pero ella se pega a los ojos, en el rostro como calcomanía integrándose conforme pasan los años. Añora el recuerdo del rostro juvenil, el cual no volverá.

El recuerdo vivo va quedando atrás, no se desea se aleje pero se marcha sin explicación. Nos va comiendo metiéndonos en el envoltorio que no quisiéramos abrir por miedo al presente. Nos engañamos con la frase: Recordar es vivir. Es un hermoso argumento, alejado de la realidad intimando olvidar lo que se ha sido, como si años atrás fuera la misma para esperar en el que las cosas sigan igual. El tiempo se hace cargo, nos saca a pasear las arrugas del alma, los hubiera quedan pendientes sin contestación.

El recuerdo nos acerca a la canción de otro tiempo, tratamos de tararearla en el presente pero entre la canción y el tiempo nos ha ganado al darnos cuenta que el cuerpo que nos acompaña no es el mismo, hay mucho terreno recorrido, los hubiera quedaron atrás. Hay que convencernos de lo que somos, de sacar los sentimientos de los que nos arrepentimos, de aquello que imaginamos diferente pero por miedo no lo conocimos. Lo pendiente. El recuerdo nos topa de frente sin respuesta si hicimos lo correcto de acuerdo a lo que sentíamos, pero no hay respuesta y poco recordamos ese hecho. Dejamos de jugar en el amor de pareja y nos damos cuenta que no estábamos preparados al hacerlo, permitimos que el destino se encargara de las decisiones importantes. Nos fuimos alejando en ese barco sin timón.

Era el destino y, tiempo, nos sorprendió, nos acerco a la decisión o nos alejo de la misma imponiendo lo que arrimaba y riéndose de lo que alejaba. Es la juventud donde se percibían sueños, risas, señales de grandeza en amores, el sentirse incomprendido. En cosas de amor permitíamos revolotearan dos o tres personas dejando inconclusa cualquier definición, incluso a la que más deseábamos. No todo estaba perdido, ni encontraríamos lo que buscábamos, era esa juventud a la que se le facilitaba cualquier amor sin importar el tacto. Un amor de días, un sueño, un despertar con otra y volver a buscar como siempre en un principio, una continuación en el camino donde no se sabe a dónde vas y del cual nos sabrás regresar cuando despiertes en brazos de la persona a la que no amas.

Un día al despertar se da cuenta que ha envejecido, el alma está llena de cicatrices, su mente de recuerdos, el corazón de sensaciones y la memoria no deja estés tranquilo.
Se cuestiona si realizo las cosas que deseaba, por las que se esforzó y, lo que ocurrió en ese transitar. Para la juventud, no es importante eso, lo mismo da tener fuego en la mañana que alegría en la noche. Se levanta de una y está en otra sin mayor esfuerzo. No importa el recuerdo, se van sin regresar como el viento que pasa. Un día da la cara y otro la esconde para que no absorba los sesos. La juventud ve a donde quiere ir y sus ojos se despegan de los suyos para que no atrape su vista. El viejo va cerrando sus sueños. Un buen día empieza a comprender que la vida y la juventud no son eternas, que hay que tranquilizar el espíritu, volver los ojos a la persona amada, la que se quedo contigo hasta donde la vida lo permita. Es el momento en sacar el último pañuelo y secar las lágrimas por los tiempos muertos.

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