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Filosofía Merismeña

Quemar la montaña

Por: Ramón Larrañaga Torróntegui

Martes, 28 de Mayo del 2019. 9:18:27 am

Letra más grande

Disfrutaba de niño caminatas diarias al monte, en donde mis tiernos ojos se perdían en su mirada indagando entre sus cerros lo que podría vivir en ellos. Caminar por veredas, visualizar arroyos inclinando el cuerpo para beber agua de su cauce. Agua cristalina que emana de esos cerros. En sus faldas crecían arboles con frutos silvestres, cuya vida se extinguía en la primera llovizna para que sus semillas corrieran falda abajo satisfaciendo a otras especies al poner cerca de su boca el alimento. Vida cíclica sin fin.

Contemplar lo hermoso que es la vida en su naturaleza y los embrollos que la envuelven. Permanecí observando deleitando las pupilas, la magia que la mano del humano se empeña en destruir. La puerta de salida que sustenta la vida, el núcleo oscuro que negamos explicar, siempre ofreciendo una ventana para desnudar lo que respira un mundo.

Cerros que observan en figura de gente o animales acostados reteniendo la puerta en su silencio. Colinas que dan vida y son requisito del futuro. Vista hermosa en reflexión distraída, figuras caprichosas que hablan en su colorido acostadas. Silencio absoluto, los pocos pájaros se escuchan a lo lejos en su cantar. Instantes de relajamiento, espacio para dejarse abrazar por la tranquilidad. Es la ley de la existencia, el espacio en el cual se juntan los verdes con los oxígenos y fluyen indiscretos entre lo que queda de ellos y la medida del humano en quemarlos. Se requiere fuerza para escalarlos o llegar hasta donde sea posible. Son recuerdos, reconstrucción de reflexiones de la vida que se pierde a medida que se extinguen. Elijes uno, posas la mirada sobre el mismo, reconoces no contar con suficiente capacidad para concretar lo que nos trata en decir.

El aire corre liviano, se eleva sin lograr su cúspide. Lo asegure, no es posible alcanzarlo por su altura, es tan alto que por más que se desee solo queda en diversión el tratar de llegar a su cima. El aire sigue circulando en medio de esa nada donde se pierde la vista debajo de la cúpula pegada con el cielo. Abajo en la llanura, el lugar en donde el ser humano pierde su vida, reniega de su existencia, se degrada y, se asombra de lo maravilloso que es el monte, cima. El llano plano en el cual inicia gateando y se mantiene en la misma posición con la sensación en que ha vivido, que deja de gatear por mantenerse erguido dando su primer y único paso. Arriba la montaña de roca firme y en sus poros da vida, viajes en los soñadores, aquellos que aman volar en sus ideas y en ocasiones lo hacen con la mirada fija.

Montaña con profundos precipicios para que los distraídos caigan en sus aventuras. Subir a ellos es semejante a esa escalera llamada vida por la cual se desliza, se tropieza con rocas, se cae, frena las caídas y se vuelve a elevar con voluntad sin alas. Montaña que a simple observación está por encima de los mares, encargada en dividir las nubes. Posar la vista sobre la montaña.- Da la sensación de alegría, paz, tranquilidad, curiosidad y, que el simple hecho en pararse frente a ellas se deja percibir como el único ser viviente en el horizonte. Sus grande cañadas se oscurecen por las noches produciendo miedo, moviendo mensajes de muerte, adversidad en soportarse. Es cierto la montaña tiene guarda sus mensajes ocultos, plagada de enseñanzas, advierte cuando la tormenta se acerca, domina el aire, las nubes, pasiones humanas. Subyuga mentes, amarguras instantáneas, afronta tempestades, doblega adversidades, aunque es difícil escapar de la avaricia del ser humano que la quema tratando en dominarla sin pensar que en ello le va la vida misma.

La trampa humana es quemar para sembrar poniendo a prueba lo que sucederá al paso de los años cuando la montaña dicte su sentencia ante la falta de agua en el valle.- Reflexionar es prioritario.- ¿Es equitativo, el intercambio? La reflexión llegaba desde mis ojos puestos en el horizonte de aquellas montañas que les salía humo de quema, mi espíritu renegó de un dialogo.- Hay que despertar grito un pájaro cerca del oído, solo recuerdo haberlo visto que aleteaba despavorido y en ese grito se escuchaba el lamento por perder a sus hijos en medio del incendio. La mente me decía corre apagar el fuego, no lo pienses, desconozco lo que el cuerpo exigía, el motivo de lo que sucedía a lo lejos. Extrañamente la me tranquilizo con la idea que nada podía hacer, estábamos perdidos, habíamos fallado como seres humanos y era por demás concientizar, culturizar a los oídos que se niegan a escuchar.

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