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Hermanos sacerdotes, “Renueven con entusiasmo su entrega al Señor”: Obispo de Tepic

Carlos Rentería/El Sol de Nayarit

Martes, 26 de Marzo del 2013. 8:39:33 pm

Letra más grande

Este martes 26 de marzo de 2013 se celebró la Misa crismal en la Catedral de Tepic. El Obispo Luis Artemio Flores Calzada presidió la Eucaristía donde su presbiterio renovó sus promesas sacerdotales. Entre los fieles asistentes se encontraban los 320 jóvenes que, en toda la Diócesis de Tepic, están viviendo su proceso vocacional.

Homilía
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres…” (Lc 4, 18).

En este día santo –Martes Santo– nos reunimos como Iglesia, familia de Dios, para manifestar nuestra Comunión, nuestra fraternidad entre Obispo, sacerdotes y todo el pueblo de Dios. En esta magna celebración consagraremos los santos Oleos y los sacerdotes renovarán sus promesas sacerdotales.

En los Santos Oleos encontramos la presencia activa del Espíritu Santo en el pueblo de Dios. El Papa emérito Benedicto XVI, en su homilía del año 2010 nos da una magnífica explicación del aceite. El aceite de oliva es alimento, medicina, embellece, prepara para la lucha y da vigor. Los reyes y sacerdotes son ungidos con óleo, es signo de dignidad y responsabilidad, así como de la fuerza que procede de Dios. El misterio del aceite está presente en nuestro nombre de “cristianos”.
En efecto, la palabra “cristianos”, con la que se designa a todos los discípulos de Cristo ya desde el comienzo de la Iglesia que procedía del paganismo, viene de la palabra “Cristo” (Hechos A. 11,20-21). Es la traducción griega de la palabra “Mesías”, que significa “Ungido”.

Ser cristiano, por lo tanto, quiere decir proceder de Cristo, pertenecer a Cristo, ser Ungido de Dios, Aquel al que Dios ha dado la realeza y el sacerdocio. Significa pertenecer a Aquel que Dios mismo ha ungido, pero no con aceite material, sino con Aquel al que el óleo representa: con su Santo Espíritu. Por eso Jesús dira: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres…” (Lc 4, 18). El aceite de oliva es de un modo completamente singular símbolo de como el Hombre–Jesús está totalmente colmado del Espíritu Santo.

“Ustedes serán llamados sacerdotes del Señor”, nos dijo el profeta Isaías. En efecto todos, por nuestro bautismo, hemos sido ungidos como sacerdotes, profetas y reyes; somos un pueblo sacerdotal, llamados a ser santos, a trabajar por el Reino de Dios y a transformar este mundo con los valores del Evangelio.

En la Misa Crismal, los Santos Oleos están en el centro de la acción litúrgica. Son consagrados por el Obispo en la catedral para todo el año. Así, expresan también la unidad de la Iglesia, garantizada por el Episcopado, y remiten a Cristo, el verdadero «pastor y guardián de nuestras almas», como lo llama Pedro (1P 2,25).

En cuatro sacramentos, el óleo es signo de la bondad de Dios que llega a nosotros: en el bautismo, en la confirmación como sacramento del Espíritu Santo, en los diversos grados del sacramento del orden y, finalmente, en la unción de los enfermos, en la que el óleo se ofrece, por decirlo así, como medicina de Dios, como la medicina que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, la resurrección (Stgo 5,14). De este modo, el óleo, en sus diversas formas, nos acompaña durante toda la vida: comenzando por el catecumenado y el bautismo hasta el momento en el que nos preparamos para el encuentro con Dios Juez y Salvador.

La palabra “Elaios” –aceite–, está ligada a la palabra “Eleos” –misericordia–. La unción para el Sacerdote significa también el encargo de llevar la misericordia de Dios a los hombres. El Oleo, sacado del olivo, está íntimamente ligado con la paz, como la paloma al final del diluvio que llevaba en su pico un ramo de olivo (Gn 8,11) signo de la Paz. Como sacerdotes estamos llamados a ser, en la comunión con Jesucristo, hombres de paz, estamos llamados a oponernos a la violencia y a fiarnos del poder más grande del amor.

Al simbolismo del aceite pertenece también el que fortalece para la lucha. El Cristiano y el Sacerdote estamos fortalecidos con el Poder de Dios para vencer el mal y actuar siempre correctamente, a ejemplo de Cristo que pasó siempre haciendo el bien (Hech 10,38). La lucha de los mártires consistía en un “no” concreto a la injusticia, a la falsedad a la violencia y un “si” a la justicia, a la verdad, al amor y a la paz. Esta es nuestra tarea que nos ha confiado Cristo a todos.
Los Padres de la Iglesia estaban fascinados por unas palabras del salmo 45 [44], según la tradición el salmo nupcial de Salomón, que los cristianos releían como el salmo de bodas de Jesucristo, el nuevo Salomón, con su Iglesia. En él se dice al Rey, Cristo: «Has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros» (v. 8).

¿Qué es el aceite de júbilo con el que fue ungido el verdadero Rey, Cristo? Los Santos Padres no tenían ninguna duda al respecto: el aceite de júbilo es el mismo Espíritu Santo, que fue derramado sobre Jesucristo. Jesucristo nos ha hecho partícipes de su misión. El Espíritu Santo es el júbilo que procede de Dios. Cristo derrama este júbilo sobre nosotros en su Evangelio, en la Buena Noticia de que Dios nos conoce, de que él es bueno y de que su bondad es más poderosa que todos los poderes; de que somos queridos y amados por Dios. La alegría es fruto del amor. El aceite de júbilo, que ha sido derramado sobre Cristo y por él llega a nosotros, es el Espíritu Santo, el don del Amor que nos da la alegría de vivir. Ya que conocemos a Cristo y, en Cristo, al Dios verdadero, sabemos que es algo bueno ser hombre. Es algo bueno vivir, porque somos amados. Porque la verdad misma es buena.

Jesucristo soberano de los Reyes de la tierra, como escuchamos en la segunda lectura “nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap 1, 5-8) a todos los que formamos su pueblo su Iglesia.

Sin embargo, Dios ha elegido, con especial predilección a algunos de su pueblo y con la imposición de las manos del Obispo y la Unción del santo Crisma los ha consagrado sacerdotes a ejemplo de Jesucristo, para abrir las puertas del Reino de Dios, para perdonar los pecados, para renovar en su nombre el sacrificio redentor, alimentar al pueblo con la Palabra y el Banquete Eucarístico, confortar a los enfermos y cuidar del pueblo de Dios como pastores a ejemplo de Cristo buen pastor. Por ello hoy también damos gracias a Dios por el don del Sacerdocio que ha dado a su Iglesia. Los sacerdotes hacemos presente a Cristo.

Queridos hermanos sacerdotes: ¡Renueven con mucho entusiasmo su entrega al Señor! Con las promesas sacerdotales que hicieron el día de su ordenación, reaviven también el don de la gracia que se les comunicó, con la imposición de las manos, el día de su consagración sacerdotal. Y ustedes queridos hermanos fieles oren por sus sacerdotes para que Dios les conceda la gracia de ser fieles, para ser auténticos testigos de Cristo. Un Sacerdote Santo es una gran bendición para el pueblo de Dios. Pidamos al Señor por nuestros sacerdotes para que sean santos.

Ustedes jóvenes, si sienten que Dios los llama al sacerdocio o la vida consagrada, no duden en respoderle al Señor, él los recompensará con la vida eterna.

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