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Juan González Rosales y la circunstancia que cambió su vida

escribe: Octavio Campa Bonilla

Domingo, 7 de Septiembre del 2014. 9:22:30 pm

Letra más grande

La transición en el ánimo de mi entrevistado es instantánea. Pareciera que sus pupilas solo esperaban la orden del sollozo para cumplir su cometido. Dos gruesas lágrimas surcan el rostro de Juan González Rosales, que siendo un mozalbete de escasos quince años, abandonó el hogar, acicateado por la violencia paterna, que aquel aciago día se desbordó, como los arroyos impetuosos que al impulso de la creciente se salen del cauce.

Nacido en el pueblo de Méxpan hace 73 años, Juan González me confía con voz quebrada, las causas que lo orillaron a dejar de manera intempestiva su comunidad.

"Mi padre era un hombre grosero y violento, -dice frunciendo el entrecejo- que me golpeaba hasta dejarme tirado, con o sin motivo".

El padre de Juan, -según sus propias palabras- era un estupendo cortador de caña, además de abastero ocasional, que de vez en cuando sacrificaba cerdos, que luego convertía en chicharrones y carnitas, vendiendo el resto del animal entre los moradores de Méxpan.

Refiere que su madre con la ayuda de sus hijos, sembraron una parcela con milpa, de la que cosecharon una buena cantidad de mazorcas de maíz, almacenándolas en un cuarto de la casa.

El aciago día que desencadenó la ruptura definitiva con su padre, ocurrió una tarde en que él regresaba, percatándose de que su madre, -embarazada de siete meses- trataba de impedir que el marido sacara los costales repletos de mazorcas, para venderlos.

“Mi madre -dice Juan- cayó de espaldas al ser empujada violentamente por mi papá, esa fue la gota que derramó el vaso, yo enloquecido al ver a mi mamá tirada en el suelo, me le eché encima a mi padre y de un puñetazo le rompí la nariz”.

La voz de Juan, en un tono más grave, refiriendo la circunstancia que cambió su vida, me informa que su padre bufando de coraje, sacó uno de los cuchillos con que sacrificaba a los puercos, y que él, en lugar de asustarse, se le enfrentó diciendo:

“¡mátame de una vez!”.

El progenitor de Juan, empezó a caminar en círculos como extraviado, y a partir de ese momento por la frustración enfermó de diabetes, culpando al hijo de esa desgracia.

Juan se vino a Chilapa en el tren, pero avisada por unos parientes, a los tres días llegó su mamá que llorando le rogaba que regresara a la casa, él, se oponía diciendo: “no quiero volver porque un mal día soy capaz de matar a mi padre”.

Pero el llanto y las súplicas de la madre, pudieron más que su coraje y su miedo, regresando juntos a Méxpan, sólo para encontrarse con una golpiza más despiadada que todas las anteriores, propinada por el violento autor de sus días, que lo obligó a dejar definitivamente su pueblo natal.
Juan continúa con su relato: “Después de la santa chinga del energúmeno de mi padre, hice un liacho de ropa y me desafané del viejo. Acompañado por otros cuatro compas, trampeamos el tren esa misma noche, y al siguiente día ya estábamos en el puerto de Mazatlán”.

Con emoción narra las peripecias que hubo de pasar para cruzar Sinaloa y Sonora, hasta llegar a Mexicali, donde se enroló en la pizca del algodón, lugar donde conoció a quienes lo impulsaron a ingresar a los Estados Unidos.

“La miré difícil pero no tenía miedo, -enfatiza con amplia sonrisa y añade- yo era muy entrón y muy independiente”. Y concluye: "aprendí tan bien a cruzar de “alambre" la línea, que venía a trabajar a California y me devolvía el fin de semana a Mexicali”.

Expresa González Rosales, que los “güeros” no la hacían de tos, porque entonces había trabajo de sobra y hacían falta brazos para levantar las grandes cosechas de diversos frutos que daba el campo generoso de California.

Siendo muy jóven, Juan trabajó con el polémico Tony Morabito, dueño de los legendarios 49ers, de tan controvertida historia en la NFL.

Me asegura que: "era un patrón muy bueno, me regaló una motocicleta y me enseñó a trotar a caballo, aprendí bajo su guía a cepillar, asear y darles alimentos a los caballos, y cuando se enfermaban, me enseñó como darles la medicina. Su esposa y él, me teataban como a un hijo, y cuando le escribí a mi madre de como me querían los patrones, mi mamá se puso harto celosa".

Juan se revuelve en el asiento. Cierra sus ojos para que la evocación, y con ello los recuerdos no se ausenten, y continúa con su relato.

"Tony tenia un hermano llamado Víctor, al que le decían "Vic". Eran inseparables, altos como varas derechas de más de dos metros. Antes de ser dueños del equipo de los 49ers, se dedicaban al negocio de la madera, y su hoby era crear caballos finos y perros de raza".

Enseguida, frunciendo el entrecejo añade; "a mi patrón Tony, le dio un infarto al corazón en 1957, fue durante un partido de su equipo, a mi me dolió su muerte y me causó mucha tristeza, fue uno de los motivos por los que me regresé a Méxpan, pero la mera verdad es que extrañaba un chorro a mi mamá y tenía muchas ganas de verla, no así a mi papá por agresivo".

Pero Juan no permaneció mucho tiempo en su pueblo, pronto firmó contrato de bracero y regresó a la llanada tierra de las oportunidades, con un mayordomo que ya conocía, un filipino al que había tratado en su anterior estancia en los Estados Unidos, con quien llebaba una buena relación.

Trabajó unos meses en el Valle Imperial de San Bernardino, y luego pasó a Texas y Arizona, cosechando lechuga y hortalizas, y cuando su contrato expiraba se retachaba a Mexpan, y entre idas y vueltas, conoció en Ixtlán a Socorro Pérez García, con la contraería matrimonio el primero de mayo de 1967.

Aclara que no fue fácil. "Me costó mucho trabajo y tiempo convencerla de que fuera mi novia, pero al fin aceptó y nuestro noviazgo duró cuatro años hasta que nos casamos".

Juan se arrendó para los Estados Unidos, y allá en Ixtlán quedó su esposa, al cuidado de los hijos que iban llegando y de un negocio al que atendía con diligencia.

Él y Socorro procrearon cuatro hijos, dos mujeres y dos hombres a saber: María de Lourdes, Juan, Mario Alberto y Socorro, mismos que les han prodigado doce nietos, un bisnieto, y otro bisnieto, que al publicar esta entrevista, es probable que ya haya arribado al mundo.

una nueva circunstancia ajena a su voluntad, reunió a toda la familia acá de este lado de la frontera, uno de los hijos varones nació con un pié enfermo, y por más luchas que le hicieron en Mexico no lograron restablecerlo, lo que obligó a los padres a traese a su prole, para que el niño fuera tratado en la Fundación Kennedy, hecho que ocurrió a finales de 1971.

En |976, tanto Juan, como Socorro su esposa adquirieron la ciudadanía norteamericana, y a la mayoría de edad, tres de sus hijos alcanzaron también ese beneficio.

Sólo Juan, el mayor de los varones, permanece en Méxpan, y a quien, con la autorización de su señor padre le hice una visita.

"Mi hijo Juan, -expresó- vive por la calle Juárez, en el 132 o 135, no me acuerdo exactamente del número, de señales tiene unos alcatraces en las puertas, a mi esposa le gustan los alcatraces, para todo compra alcatraces, hasta su ropa compra con alcatraces".

Ya con esas señas, hice el viaje a Méxpan la tarde del sábado 2 de agosto, me acompañaron mi hija Sara y Fernando su esposo.

Conocí al hijo de don Juan González, que porta el mismo nombre y apellido. Con él, platiqué unos momentos, y le pedí que me permitiera tomarle una fotografía posando en la puerta de la casa, que efectivamente está adornada con alcatraces.

Juan junior me confió que tiene muchas ganas de ver a sus padres, hermanos, hijos y sobrinos, ya que a estos últimos ni siquiera los conoce, añadiendo que está muy agradecido con su familia, por todo lo que han hecho por su persona.

Me despedí del joven, y en lugar de enfilar para Tepic de regreso, rundamos hacia Ixtlán, que está a un brinco de Mexpan, ya que la intención de quien escribe, así como de mi hija y mi yerno, era saborear el delicioso pollo a la plaza de "La Picha", y de postre recetarnos sendos vasos de nieve de garrafa del histórico Nilo, manjares que pudimos degustar sin contratiempo.

Al mirar a la salida de Méxpan el tanque elevado que almacena el líquido, del nuevo sistema de agua potable del pueblo, recordé las palabras de don Juan González, cuando se refirió al programa 3X1, instrumentado por el gobierno federal.

"El programa nos ha funcionado porque a la gente de allá la hacemos responsable, ellos ponen su trabajo en lugar de dinero en un proyecto, pondré por ejemplo el agua de mi pueblo, que se necesitó escarbar, poner tuberías, colocar el tanque de almacenamiento, esa fue la contribución de los vecinos".

Y enseguida explica lo relativo a la inversión: "los Mexpeños de acá, nos propusimos juntar el dinero para lograr el importante beneficio, nos tocó contribuir con $22,800 dólares, se le pidió a la SEDESOL y se cumplió el trabajo".

Exhalando un largo suspiro pone punto final al tema sobre el programa federal 3X1.

"En Méxpan nos bañamos con agua calientita, ahí no tiene usted porque poner un calentón, sino que el agua ya sale caliente".

"El 3X1, ha significado no nada más para la Federación Nayarita, sino para todos los estados que tienen clubes, salir beneficiados con carreteras, escuelas y proyectos en grande".

"Imagínese -me dice con un gesto de complicidad- una obra que costó un millón doscientos mil pesos, jamás hubiéramos podido reslizarla solos, y con ese programa sólo contribuimos con trescientos mil pesos".

Declara Juan ser un apasionado de la labor social de la FENINE, un admirador absoluto de Nérida Vargas la presidenta, y un orgulloso y convencido colaborador de tan extraordinaria persona.

"Tenemos, gracias a Dios, una mujer muy valiosa, muy transparente, que nos vino a poner el ejemplo a todos nosotros. En un dos por tres ha hecho grandes cosas, nos solucionó el asunto de la compra de un edificio completo en quinientos mil dólares. La señora empezó a empujar y empujar, hasta que lo logró. Ella está trabajando ahora por dejar su legado: la Casa Nayarit".

"Nos ha costado mucho trabajo limpiar nuestra Federación de viejos vicios, pero estamos trabajando para lograrlo con la dirección de Nérida, y reconociendo a quienes fundaron primero la Asosiacón y luego la Federación, porque ellos y ellas vienen siendo como el tronco de un árbol que se llama FENINE, y en la que permanecen fieles hasta la fecha, como el señor Barboza de Yago, la señora Rebeca y la señora Manzano, por mencionar algunos de los que continúan en activo".

"FENINE, es un gran equipo de trabajo sin fines de lucro, del que se rodeó Nérida Vargas, quien es una mujer que vale oro".

Con estas sentidas palabras, Don Juan González Rosales, da por terminada esta intensa charla que sostuvimos una tarde de julio, al borde del mar pacífico en las soleadas playas de Long Beach, California.

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