Por Salvador Durán.
No hay la menor duda amigo(a) que el llamado cíber-espacio está destinado a cambiar completamente no solo la comunicación entre la gente, sino su forma de vida. Con sólo entrar en uno de tantos chunches que hay en el mercado es posible escuchar y ser escuchado por cientos, miles, o aún millones de cristianos de una localidad, de un país, o de todo el mundo.
Si bien es cierto que la mayoría de los millones de opiniones o actividades que se mueven todos los días en ese espacio son tarugadas, cosas antisociales o aún ilícitas, también es verdad que con solo mover un dedo puedes seleccionar solo las que sean de tu interés. Si con los libros tenemos acceso a ideas y enseñanzas de los líderes intelectuales, en el ciber-espacio encontramos lo que piensa y siente gente como tú y como yo, experiencia que ayuda decisivamente a enriquecer nuestro criterio y visión de la vida real.
Mi hija Mónica, que vive en Panamá, me envió el correo de un atribulado padre o madre que toca un asunto definitivo en la sociedad: la educación de los hijos. Ignoro la nacionalidad del autor, pero no hay duda que el problema es universal, y que a pesar de ser un tema recurrente es necesario seguir machacando hasta crear conciencias y voluntades que mejoren la forma en que guiamos a nuestros hijos hacia una mejor sociedad. Así que ahí te va, amigo(a), esa opinión:
Nos preguntamos asombrados que está pasando en este país al ver las atrocidades que ya son cotidianas en las noticias; y al mismo tiempo nos confortamos liberándonos cómodamente de la responsabilidad de actuar al culpar sólo al gobierno de toda la inseguridad que se vive en las calles. Este país está sumergido en una era delictiva generada y participada en su mayoría por gente joven.
Yo me preguntaría y plantearía la siguiente pregunta: ¿Cómo estoy educando a mis hijos?, ¿Qué valores les inculco o les inculqué? A los jóvenes de este siglo hay que llamarlos varias veces para llevarlos a la escuela, y digo llevarlos porque no quieren tomar el camión o caminar para llegar a ella. Se levantan generalmente irritados porque se acuestan muy tarde viendo la televisión, hablando, mensajeando por el teléfono o conectados a internet.
No se ocupan de tener su ropa limpia y mucho menos en poner un dedo en nada que tenga que ver con arreglar algo en el hogar. Idolatran a sus amigos y a los falsos personajes de los realitis y de MTV; ah, pero viven poniéndoles defectos a los padres a los que acusan a diario de que sus ideas y métodos están pasados de moda. Se cierran automáticamente a quién les hable de ideologías, de moral, honor, y buenas costumbres, y mucho menos de religión pues lo consideran aburrido y que ya lo saben todo.
Si son estudiantes siempre inventan trabajos en equipo o paseos de campo, que lo menos que uno sospecha, es que regresarán con un embarazo, después de probar éxtasis, coca, marihuana o por lo menos alcoholizados. Cuando les exiges lo más mínimo en el hogar o la escuela, te contestarán: -Yo no pedí nacer- es su obligación mantenerme, o Quién les manda a mis padres andar de calientes-. Definitivamente estamos jodidos pues la esperanza de que hagan una vida independiente se aleja cada vez más, pues aún el día que se gradúan y consiguen trabajo hay que seguirlos manteniendo, pagándoles deudas, servicios y hasta el parto de sus hijos. Con esto me refiero a un estudio que indica que este problema es mayor entre chicos de 14 a 28 años, sí, es correcto, 28 años o más ¿Lo pueden creer?
Entonces, ¿En que estamos fallando? Yo se que dirán que los tiempos y las oportunidades son diferentes, pues para los nacidos en los años 40s y 50s era motivo de orgullo que se levantaban de madrugada a ordeñar vacas con el abuelo; que ayudaban a limpiar la casa; que no se frustraban por no tener vehículo; que se movían a pie; que siempre lustraban sus zapatos, que los estudiantes no se avergonzaban por no tener trabajos gerenciales o ejecutivos y que aceptaban trabajos de limpiabotas o repartidores de diarios.
Lo que le pasó a nuestras generaciones es que elaboramos una famosa frase que no dio resultado y que mandó todo al diablo: Yo no quiero que mis hijos pasen los trabajos y las carencias que yo pasé. Por este error nuestros hijos no conocen la escasez ni el hambre. Se han criado en la cultura del desperdicio.
Es alarmante el índice de divorcios. Salen en busca de una pareja y vuelven al hogar a los cuantos meses, ya divorciados, porque ninguno de los dos quiso servir al otro en su nueva vida, y a las primeras carencias avientan el arpa y regresan a casa para que papá y mamá continúen resolviéndoles la vida.
Este mensaje es para los que tienen hijos pequeños que aún puedan moldear, edúquenlos con principios y responsabilidades y háganles el hábito de ser agradecidos. Que sepan ganarse el dinero, la comida y la ropa. Todos los niños deben aprender desde pequeños a lavar, planchar y cocinar, que aprendan la economía domestica para manejarse en tiempos difíciles.
Cuida lo que ven y ves con ellos en la televisión, evita las telenovelas, los videojuegos violentos, la moda excesiva y el abuso de la comunicación electrónica. Debemos reflexionar si fuimos muy permisivos, o si sencillamente hemos trabajado tanto que dejamos la educación de nuestros hijos en las empleadas domesticas y en un medio cada vez más deformante.
Ojalá que este mensaje llegue a los que tienen muchachos pequeños y todavía puedan cambiarlos, pues ya los abuelos pagaron, o están pagando con sangre la transición. Que cada quién tome lo que le corresponda. Puedes cambiar el mundo desde tu hogar, recuerda que para que triunfe el mal sólo se necesita que la gente buena no haga nada.
Creo amigo(a) que salen sobrando los comentarios. Te veo en la próxima y no olvides que lo bonito es el camino. Llegar es como morirse.
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