
Omar Carreón Abud
Para hacerse una idea de la crisis que nos azota, casi sería suficiente reproducir dos cabezas de noticia del periódico El Universal del martes 1 de noviembre: A partir de hoy suben las tarifas de luz, reza una de ellas y, Analistas ven dólar más caro, más inflación y menor PIB en 2017, informa la otra. Difícil exagerar la gravedad de la situación. Pero me interesa recalcar que nadie debe de creer que nos persigue la mala suerte y menos aún que sólo estamos en un bache temporal del cual no tardamos en salir. La crisis es estructural, es una crisis terminal, de agonía de un sistema que no da para más y no existe ningún plan de manejo de crisis como ahora se dice. Esa es la verdad cruda.
La crisis no se limita al bajo crecimiento del Producto Interno Bruto de los países capitalistas durante los últimos años (incluido México). En Estados Unidos ha habido recientemente una leve mejora de la demanda pero no ha estado acompañada de ninguna mejora en la inversión a pesar de que durante años se han mantenido casi en cero las tasas de interés y, en consecuencia, ha aumentado enormemente la desocupación pues hay analistas serios que, tomando en cuenta a los que ya han dejado de buscar empleo porque no lo encuentran y, por tanto, no aparecen en la estadística de los desempleados, calculan que llega al 11 por ciento y hasta más.
No hay que extrañarse. El sistema capitalista de producción es un sistema económico que tiene como objetivo central, vital, la producción de la máxima ganancia. Durante algún tiempo está motivación fundamental lo empujó a desarrollarse, reunió a los artesanos convertidos en obreros asalariados en un solo taller para ahorrar costos y fomentar la emulación, les dividió las tareas de acuerdo a sus habilidades específicas y les construyó máquinas sorprendentes que sustituían importantes labores manuales primero y, luego, procesos completos. El capitalismo revolucionó la producción y logró generar una gigantesca riqueza como nunca antes en la historia de la humanidad.
Pero lo riqueza sale de la fábrica en forma de mercancías y bajo esa forma no puede ser aprovechada por el empresario, tiene necesariamente que ser transformada, rudamente vendida, para convertirse en ese extraordinario equivalente universal que luego puede transfigurarse a su vez en satisfactores y bienes de lujo para el gusto del fabricante, en nuevas materias primas y máquinas y, sobre todo, en fuerza de trabajo que emprenda nuevamente el proceso productivo. La producción capitalista es un proceso ininterrumpido, perpetuo, pues cualquier descanso, pausa o descuido de uno de los fabricantes significa el avance de sus competidores y su desplazamiento del mercado. Todo el proceso fantástico de producción de la ganancia tiene un secreto muy vulgar y material: al obrero se le tiene que pagar sólo una parte de toda la riqueza que produce diariamente y esa parte es cada vez más insignificante.
¿Cómo vender el todo a quién solo dispone de una parte e ínfima- para comprarlo? ¿Cómo vender licuadoras, autos, camisetas, mermeladas o computadoras que juntas constituyen todas las mercancías producidas a quien sólo dispone de su salario que equivale a sólo una parte de lo producido? No se puede señores. Esa es la contradicción fundamental del capital, es la que lo está hundiendo. No es retórica afirmar que el capital se está ahogando en la inmensa riqueza que ha producido. Los capitales en forma de dinero se acumulan en manos de los capitalistas y no hallan posibilidades de inversión, van a los bancos a esperar mejores tiempos y los bancos, al mismo tiempo que aumentan enormemente su poder, para pagar los intereses, especulan con ellos; en fin, junto con las guerras de conquista para atracar materias primas y mercados, el capital está en guerra consigo mismo para vender sus mercaderías e invertir sus capitales. Eso, a mi punto de ver, ilustra el todo.
¿Y la parte, es decir, cómo se manifiesta la crisis en sucesos cotidianos? Menciono, como ejemplo, en primer término, el caso de la pasta para untar que se llama Marmite; en México no la conocemos, pero es famosísima en Inglaterra. La cito porque ilustra el destino de su majestad la mercancía en estos tiempos de crisis del capital. Marmite es una pasta negra de extracto de levadura que se obtiene de la fermentación de la cerveza y por su consumo se ha desatado en Inglaterra la llamada guerra del Marmite, porque la fabrica una empresa poderosísima que se llama Unilever y la vende otra empresa igualmente poderosa que se llama Tesco. El pleitazo consiste en cómo se van a repartir la plusvalía que producen los trabajadores, cuánto le tocará al capital industrial, cuánto al capital comercial y se origina porque Unilever el fabricante elevó 10 por ciento el precio de algunos de sus productos (incluyendo el Marmite) argumentando la devaluación de la Libra esterlina que, en efecto, va en picada desde junio (ya se devaluó 17 por ciento) y Tesco se negó a venderlos y ruidosamente los retiró de sus anaqueles. Aunque finalmente los contendientes se arreglaron, la comedia llegó a los medios de comunicación y todo mundo está convencido de que son los efectos del Brexit, es decir, de otra de las manifestaciones de la crisis generalizada del capital.
Comparto, en segundo término, el escándalo de la ciclópea bancaria Wells Fargo que forma parte de los nuevos dueños del mundo, los capitalistas financieros que, también cosas de la crisis- se ven obligados a llevar a cabo trácalas cada vez más burdas. El señor John Stumpf, Director General del que es el cuarto banco de Estados Unidos, acaba de renunciar a su remunerativo cargo luego de haber sido citado ante un Comité del Senado debido a que su banco abrió cuentas de depósito que no habían sido autorizadas ni solicitadas por sus clientes ¿Para qué? Para cobrarles comisiones: a un cliente con una cuenta de cheques se le abría sin su conocimiento una cuenta paralela y se repartía el saldo entre las dos, así, cuando el cliente giraba un cheque y no tenía fondos suficientes, se le aplicaba una sanción económica o, cuando su saldo llegaba por debajo de lo permitido, se le cobraba comisión por saldo insuficiente. Cargos obligados, trampas, robos descarados, con sólo ¡dos millones de cuentas falsas! Y lo mismo hicieron con 565 mil 443 tarjetas de crédito ¿Y qué cree? Que cuando tronó el cuete, les echaron la culpa a los empleados y despidieron a 5 mil 300 de ellos por violar la ética del banco. El sistema corre a su fin, apresurémonos a organizarnos.
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