
MDH Ramón Larrañaga Torróntegui
Benito Pablo Juárez García: Oaxaqueño nacido el 21 de marzo de 1806 muere el 18 de julio de 1872. Sufrió un ataque de angina de pecho. No era el primero que tenía, y el enfermo, que resistió estoicamente los dolores. Pasó varias horas entre los ataques de la enfermedad hasta que pareció que su fuerte constitución triunfaba una vez más sobre la dolencia, a pesar del peso de los años. Fue tan notoria la aparente recuperación del presidente que amigos y familiares que aguardaban en las habitaciones vecinas se retiraron a comer.
El presidente aprovechó la intimidad y preguntó al médico sobre su enfermedad y, al saber que era fatal, empezó a contar anécdotas de su infancia hasta que otro acceso lo obligó a acostarse. Poco después perdió la conciencia y entró en una agonía que se prolongó varias horas hasta que insensiblemente lo abandonó la vida al filo de la medianoche.
Al amanecer del día siguiente, el trueno del cañón anunció a los habitantes de la Ciudad de México que se había apagado la luz de aquella inteligencia que por tantos años guió a los mexicanos en la adversidad y la consolidación de nuestra nacionalidad. El cadáver fue conducido al gran salón del Palacio Nacional en cumplimiento de una vieja ley que sólo se había aplicado una vez (existía un solo precedente de fallecimiento del presidente en funciones) y una multitud desfiló para ver el cuerpo de aquel hombre tan admirado por unos como aborrecido por otros.
Por mandato de ley tomó posesión de la presidencia el licenciado Sebastián Lerdo de Tejada, presidente de la Suprema Corte de Justicia, cuyo primer acto de gobierno consistió en decretar el luto nacional por la muerte del prócer.
El día 23 el cuerpo fue embalsamado y, conducido al Panteón de San Fernando por una escolta militar, encabezada por los soldados del primer Batallón de Infantería, que antes se había llamado Batallón de los Supremos Poderes y que durante la Intervención francesa había acompañado al presidente Juárez en su largo y accidentado peregrinar desde la capital hasta la frontera norte, salvándole la vida en más de una ocasión. Además del solemne aparato militar, el cortejo fue acompañado por una gran masa del pueblo que le dolía su muerte.
Terminó el entierro y a las dos de la tarde de ese día sonó el último de los cañonazos que desde el día 19 se habían disparado cada cuarto de hora para anunciar a la República que había dejado de existir Don Benito Pablo Juárez García.
¿Qué hacía diferente a aquel hombre que murió de esa manera, en el pináculo de su poder personal? Una de las virtudes que se dio en un grado excepcional en Benito Juárez fue la capacidad para entender su época, para asimilar los problemas que ésta le presentaba y así poder resolverlos, actuando con claridad cuando cerebros más brillantes que el suyo se ofuscaban u opacaban ante la complejidad de los problemas.
Benito Juárez era un estadista y un político, en una proporción muy finamente equilibrada. Junto a su visión de Estado y su proyecto de nación a largo plazo, Juárez reunía las habilidades del político capaz de maniobrar y negociar, de combinar la firmeza y la flexibilidad, de intrigar y buscar alianzas en aras de sus objetivos.
Benito Juárez era, por formación, un político conciliador y moderado, pero cuando se convencía de que la conciliación no daría resultados o que sería incluso contraproducente, se tornaba inflexible. Sin embargo, siempre fue mucho más conciliador con el adversario nacional que con el enemigo extranjero: ante los franceses y ante el emperador Maximiliano de Habsburgo no lo fue. En lo personal admiro a Juárez por una razón, que en su tiempo poco o nada significaba, pero que en la actualidad parece asombrosa, de hecho increíble: una honestidad personal tan natural, tan congénita, que en su época no fue siquiera tema de conversación, mucho menos de alabanza.
Y esta razón aparece con una claridad meridiana al revisar el inventario que de sus bienes se levantó poco después de su muerte: el hombre que había sido diputado federal, dos veces gobernador de Oaxaca, secretario de Justicia, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y presidente de la República durante catorce años y medio, ejerciendo en algunos periodos como auténtico dictador, tenía al morir bienes por valor de 155,233 pesos.
Además de algún capital líquido o depositado en casas bancarias, los bienes de Juárez se limitaban a una calesa usada con su tronco de mulas, tres casas en la ciudad de México y una en la ciudad de Oaxaca. Si alguien creyera que la actuación pública de Juárez no fue benéfica para México, si alguien no cree necesario observar cómo los mexicanos de la sexta, séptima y octava década del siglo XIX construyeron un Estado nacional sobre bases bien precarias, a las que dieron sustento y fortaleza; si alguien pensara que no hay razón para recordar a esa generación la grandeza de Juárez y su gran lección es que aún no ha asimilado el porqué es considerado el fundador del México moderno "Con su ejemplo y limpieza en su vida pública".
Comentarios
Náyaro
2017-03-16 10:50:32
Benito Pablo Juárez García, ha sido un presidente sin igual, hoy resaltamos su gran honestidad,con palabras como el dinero del pueblo es intocable,que falta nos hacen hombres como él, hoy estamos luchando contra las peores lacras de la nación, los partidos y sus políticos se disputan el lugar de ser el más deshonesto, es una lucha reñida. El Benemérito deberá ser recordado por las personas pensantes, como el mayor personaje político de nuestra historia.