Por: Olegario Zamudio Quezada
Rodeado de libros quería Morir el cantante Facundo Cabral y no fue así, la muerte no tiene escrúpulos, la muerte es en simple, que se te termina la vida en el cuerpo y punto, como acontezca este hecho es otro boleto, boleto que para nosotros y nuestras consideraciones deja mucho o poco que desear o decir.
En días pasados fui al mar, a ese lugar donde conocí al viejo legendario que bien sabe del arte de leer en la arena de la naturaleza de los seres humanos, curioso pero a su ochenta y tantos años de edad y después de varias docenas de meses de no verlo, lo percibí mas joven.
Hable con el del tema de la muerte, tema que no quiero tocar por ocioso, le hable de mis triunfos, mis fracasos, mis alegrías, mis nostalgias, el solamente sonreía asido de una vara para ayudarse, no sé si para caminar o dibujar en la arena.
De repente detuve mi marcha, le mire a los ojos, apoyado con una sonrisa y el dedo índice de mi mano izquierda a escasos centímetros de mi rostro y apuntando al cenit le dije
pero como dice el Facundo Cabral, nunca perdí por la fuerza, solo el amor me ha vencido.
Pero insistí con mi dialogo, le dije, no nos quedamos solos, con la muerte del Cabral, le conté que había otro canalla, ese que cuando se enojaba quebraba cristales a pedradas, el que bien conocía a la Magdalena corazón cinco estrellas, aquella que no le cobraba al hijo del Dios.
El viejo solo sonreía, creo que le agrada mi falta de capacidad para ser solente en el dialogo, le dije que Al español Sabina le agradaba parafrasear constante en sus diálogos a las mujeres y le empecé a recitar algo de él.
Puedo ponerme humilde y decir, Que no soy el mejor que me falta valor para atarte a mi cama, puedo ponerme digno y decir, toma mi dirección, cuando te artes de amores baratos de un rato me llamas.
Y si quieres también, puedo ser tu trapecio y tu red, tu adiós y tu ven, tu manta y tu frio, tu resaca, tu lunes, tu hastío, tu abogado y tu juez, tu miedo y tu fe, tu noche y tu día, tu rencor, tu porque, tu agonía.
El viejo, mientras caminaba apoyado por su vara en la mano izquierda, creo que él me leía para dentro mientras yo expresaba para fuera, así es él, tiene el Don de la clarividencia, le dije que no me sentía menos con este par de cantores, que yo tenía lo mío de poeta, loco y de compositor, claro un tanto insipiente.
Eran breves mis concepciones de la vida en mis poesías cortas, así con el sol en su esplendor, el aire poco frio, le dije con voz de caracol, TODO TIENE SU TIEMPO SU LUGAR Y SU ESPACIO... A LAS AMIGAS HAY QUE CUIDARLES SU HONRA Y SU DIGNIDAD
A LAS PUTAS HAY QUE PAGARLES.
Se llevo la mano derecha para acomodarse el cabello de su rostro que el aire le había removido mientras escuchaba ese todo que era el final de mi poesía micra, no parábamos de carcajearnos, tratábamos de hilar palabra como con trago de tequila y caminamos bajo el sol, acomparsados con el ruido de las carcajadas de las olas del mar en Litibú.
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